martes, 14 de octubre de 2008

Una Crítica


En "La Única Manera (de contar esta historia es con mandarinas)" se nos presenta una historia fragmentada en el tiempo, donde tres hermanas juegan. Su juego propone ignorar a la realidad, a la imposibilidad, al paso del tiempo. Tres mujeres-niñas transitan en un tiempo fragmentado por el cual nos llevan y traen constantemente. Las mujeres aparecen en los momentos de amargura y crueldad. Las niñas juegan, cantan, bailan, relatan cuentos, se oscurecen y se vuelven mujeres. Y se arma un circulo en el cual ronda, oculta una verdad muy dolorosa.
Se trata de una propuesta muy enfocada en la creación estética. Cuenta con una muy bella escenografía (de Julián Villanueva), en donde el espacio se vuelve "pasado" y se vuelve "infancia". Y con un vestuario (realizado por César Taibo) que, al estar hecho todo de un mismo género (que perfectamente podría ser de tapizería, de esos viejos géneros que refieren a un hogar del pasado), propone una fuerte unión entre estas tres hermanas, que aparentan ser grandes muñecas con sus delicados vestiditos. Entre el vestuario, la escenografía y la inclusión de detalles como la proyección que se puede ver antes de entrar a la sala (en donde una abejita transita paisajes de vivos colores), o el vasito de licor de mandarina con que se convida a los espectadores (también antes de comenzar la función), el entorno se transforma en un cálido espacio. Cargado de cierta irrealidad y con un estilo definidamente naife.
La trama es algo confusa. Aunque no parece ser fundamental el ir siguiéndola, sino más bien, se presenta como una secuencia de fotos en donde vemos a tres niñas bailando alegre y libremente; algún relato en donde un cuento narrado por una criatura se vuelve un canal por el cuál expiar pensamientos de una densidad compleja; un baile a modo de video clip; un cuento que nunca se termina de contar... con una verdad esperando a emerger.
Y así, después de seguir esta trama presentada como en diapositivas, se devela una verdad sugerida sutilmente muchas veces durante la obra. Y todo lo pasado cobra un peso mayor. Y las actuaciones nos van guiando y van proporcionando la intensidad necesaria para cada momento en particular.
Entre ellas, se destaca la de Ana Scannapieco (Birmania), que compone a una mujer que cree ser niña, con una sensibilidad a flor de piel y una gran capacidad de hacer reír con esas cosas propias de los chicos. Un personaje nada parodiado que fluye con una soltura perfectamente estudiada.
Magdalena Grondona y Sabrina Gómez (Alaska y Holanda), con su actuación, son las que le dan peso a esta obra que parte del inquietante cuento de Julio Cortázar, "Final del Juego", y mantiene esa misma evocación a la infancia que construye el escritor argentino.

"La única manera (de contar esta historia es con Mandarinas)" es un muy buen trabajo de dirección y puesta en escena.

Un relato distinto por el cual vale la pena adaptar los sentidos.

Victoria C. López

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